viernes, 5 de julio de 2019

De problemas freudianos y cómo (no) resolverlos


Eramos ese tipo de familias que son todos flacos; no esa flacura distintiva de la falta de comida sino más bien la flacura que inspira derrota. Mi mamá, desempleada hace ya unos 7 años, surfea épocas de depresión galopante que con mi viejo debemos tolerar y acompañar pero, en el fondo, sé que él ya está harto. Mi vieja no come, a veces un sanguchito o una porción de pizza. La panza es por la cerveza o el vino o el fernet. Está deprimida desde que la conozco, creo que todo empezó con el post parto. A mi vieja le vendieron la maternidad de cuento de hadas. Nadie le dijo que su marido se iba a embarcar 6 meses seguidos para poder comer, nadie le dijo que los bebes nunca paran de llorar. Yo en especial fui difícil. Mi psicólogo dice que la falta de afecto materno en los primeros años de vida me hizo como soy. No sé qué será pero no la culpo a ella. Ahora. Toda mi vida la culpé, por todo. Nunca vi su depresión, nunca vi nada. Las siestas de domingo hasta las 9 de la noche, el aliento a fernet a las 4 de la tarde. Mi vieja, consumida por la depresión y la mediocridad. No hace falta mucho para quebrarla, el termotanque que se rompe o quizás un corte de luz. Nunca la entendí, nunca me propuse hacerlo, estaba loca no más. Resulta que no estaba loca, estaba deprimida. Paralizada porque ya no era joven y nadie quiere contratar a una mujer de 55 años. Tampoco de 50 o de 47.  Me tomó años empezar a entender a mi vieja y quizás aún no la entiendo del todo. Pero la comprendo, puedo ponerme en su lugar. Acercarme a mi vieja fue el primer paso en mi camino hacia amar a las mujeres y desligarme de la competencia que se nos impuso desde siempre.

Carta de suicidio #1

los dio a todos

bye

viernes, 17 de agosto de 2018


Desde hace por lo menos ocho años me considero bisexual. Uno de mis primeros encuentros sexuales fue con una chica y aún a mis siete, ocho años recuerdo besarme con amiguitas del colegio cuando venían a mi casa o yo iba a las de ellas. Mis encuentros con hombres fueron mucho más numerosos que mis encuentros con mujeres. Siempre me gustaron “los chicos”. El deseo lo tengo, por eso nunca pensé en definirme como lesbiana. Sin embargo, a la hora de coger, a la hora de estar desnuda con un hombre no me siento cómoda. Y no es por algún complejo con mi cuerpo, que tengo de sobra dicho sea de paso, sino por la forma en que los hombres se comportan en el encuentro sexual. No me gustan las generalizaciones y no creo que todos los hombres sean iguales pero sí creo que todos fuimos criados en una sociedad machista, en una sociedad en la que muchísimos hombres no tienen la más mínima noción de la palabra consentimiento. Y no estoy hablando de violaciones. O sí, pero no las violaciones que se denuncian, no las violaciones perpetradas por desconocidos en callejones oscuros o por maridos abusivos. A la hora de coger, muchas, muchísimas veces me encuentro con hombres que se niegan a usar preservativo, con hombres que creen que “la previa” es optativa y que no se molestan ni en tocarte un poquito. Me encontré con hombres que me aseguraban que ellos “no chupaban concha porque les da asco” pero aún así exigían que les chupe la pija, con hombres que al primer “no” en medio de la relación sexual se encularon y me llamaron “aburrida”, con hombres que literalmente me dijeron “no me gusta que me digan cómo hacer las cosas, no me gusta que me digan que no” cuando le remarqué que se estaba poniendo mal el preservativo y se podía romper. Me encontré con hombres que querían hacerme el culo así sin preparación previa, sin lubricante, sin saliva, que quisieron meterme la pija en el culo hasta sin preguntar. Muchos de esos hombres se enojaban cuando yo a los gritos les decía que no, que me pregunten, que así no me gustaba. Me encontré con hombres que en el medio de la relación sexual sacaron la pija y me acabaron las tetas o la cara sin preguntar si yo quería eso. Me encontré con hombres que no les importó que les dijera que no estaba caliente, que estaba muy borracha, que no me podía calentar “un poco de saliva y entra”. Me encontré con parejas que me exigían sexo, sin importar que les dijera que me dolía, que no quería, que parara. Muchas veces me encontré tumbada boca abajo con un hombre encima de mí, penetrándome, yo inmóvil, callada, esperando que termine. Muchos hombres no te preguntan si las estas pasando bien, a muchos hombres no les importa si la estas pasando bien.